domingo, 27 de junio de 2010

El origen de las queridas

Colaboración para La Información AYER Y HOY
articulosdeopinion2004@yahoo.com EL ORIGEN DE LAS QUERIDAS
Julio M. Rodriguez Grullón

Desde 1948 se ha estado demostrando la existencia de genes tainos en la población dominicana, mezclados con los africanos y españoles. El primero en reportarlo en el año señalado fue el doctor Jose de Js Alvarez Perelló, aquí en Santiago. Lo que no se ha hecho es opinar, desde el punto de vista social, como se produjo esta mezcla genética.
En el segundo viaje de Colón en 1494 llegaron 1400 hombres y ninguna mujer. Obviamente la mezcla de español con las tainas comenzó bien temprano. No se registra por ningún lado matrimonio de españoles con indias. La unión era libre.
La fundación de la ciudad de Santo Domingo se atribuye al romance de un soldado español prófugo con una india. (no se habla de matrimonio).
El trasplante de la civilización española de la época a la isla, comenzó en realidad en 1502 con la llegada de Ovando. Hasta ese momento se dice existía aquí una “vida incontrolada”.
Los historiadores señalan que Ovando obligó a españoles que ya estaban aquí y vivían amancebados con indias, a casarse con ellas.
Ahora bien, la historia es clara al referirse a la crueldad innecesaria con que Ovando trató a los indígenas y particularmente a las indias, ahorcando a la mas prestigiosas de ellas, como Higuemota y Anacaona. Uno piensa que es muy contradictorio esa orden de Ovando de matrimonio de españoles con indias y su comportamiento hacia ellas después. Con Ovando también llegaron las primeras mujeres españolas a la isla.
Yo pienso que la unión libre de españoles con indias continuó después de la llegada de Ovando y que al casarse algunos de estos españoles con las damas que trajo Ovando y las que posteriormente llegaron a la isla, esas indias se convirtieron en las primeras “queridas” de nuestra sociedad.
Luego, al traerse los africanos para sustituir a los indios en el trabajo forzado, no me cabe la menor duda, que los descendientes de la mezcla de español con indias, se unieron también de forma libre, con las africanas, con la mayor naturalidad.
Con el transcurrir del tiempo, los genes tainos se fueron diluyendo en nuestra población, pero la costumbre de los señores de alguna relevancia social, de mantener “queridas” prosiguió. Esto produjo una dicotomía en nuestra población entre hijos de matrimonio e “hijos de la calle”. No que existiera gran discriminación contra los hijos de la calle.
Luperón y Lilís fueron ambos hijos de la calle. Luperón de un dominicano con una haitiana y Lilís de un haitiano con una santomeña. Ambos nacieron en Puerto Plata para la misma época y ambos escalaron las mas altas posiciones sociales y políticas en el país. Pero ciertamente se le ha hecho mas difícil tradicionalmente, ascender en la escala social a estos hijos nacidos fuera del matrimonio.
Por otra parte, aun hoy día, en nuestros estratos sociales bajos, la unión libre, es la forma habitual, para crear descendientes.
Figura sugerida
Fotos de tainos anexa

sábado, 19 de junio de 2010

El Palacio de Borgellá es patrimonio del estado, no de la iglesia

Colaboración para La Información AYER Y HOY
articulosdeopinion2004@yahoo.com
LA CASA DE BORGELLA ES UN PATRIMONIO DEL ESTADO, NO DE LA IGLESIA
Julio M. Rodriguez Grullón

Nuestra accidentada historia tiene sus peculiaridades.
La independencia se proclamó el 27 de febrero de 1844 a las 11 de la noche en la Puerta de la Misericordia de la ciudad colonial en Santo Domingo.
No hemos celebrado el rendimiento de Desgrotte el gobernador haitiano al día siguiente, en el Palacio de Borgellá, que es lo que debiera hacerse, si celebramos las cosas con la cronología en que ocurrieron. La razón es que los trinitarios, quienes fueron los que proclamaron la independencia, no tomaron el poder sino los separatistas afrancesados, a quienes los trinitarios sacaron del poder, el 9 de junio de 1844.
Los afrancesados volvieron al poder en julio de ese año, con la ayuda del cónsul francés Saint Denys y el apoyo de una escuadra francesa anclada en el antepuerto de Santo Domingo y se mantuvieron en el, divididos entre Santanistas y Baecistas, por los próximos 35 años.
No fue hasta 1880, 36 años después, con Luperon y los azules, que el ideal independentista retornó al poder de manera estable y el 27 de febrero y el 16 de agosto, comenzaron a conmemorarse como fiestas patrias.
Lo que debió hacerse fue declarar el 27 de febrero como día de la independencia y el 28 de febrero, como la celebración del día de la independencia, con la rendición de Desgrotte en el Palacio de Borgellá, como el acto simbólico cumbre.
El Palacio de Borgellá, ubicado en la calle Isabel la Católica frente al parque Colón, fue construido en el Siglo XVI por Ovando y luego remodelado, por el 1er gobernador haitiano, Gerónimo Maximiliano Borgellá, en 1822, para ser utilizado como casa de gobierno, durante los 22 años de la dominación haitiana.
El Palacio de Borgellá, desde 1844, sirvió de asiento a varios organismos de gobierno del estado dominicano, incluyendo el Senado de la Republica.
Es pues el Palacio de Borgellá, un patrimonio histórico del estado dominicano, no importa que no se haya utilizado para conmemorar fechas históricas como es debido. Parece que por esta razón ahora se quiere convertir este recinto en el museo de la catedral.
Fatal idea, a quien sea que se le haya ocurrido.
Lamentable confusión existente entre nosotros, que cuando la iglesia quiere algo, hay que concedérselo.
Hace ya mas de siete siglos, Santo Tomas de Aquino dijo que iglesia y estado eran cosas diferentes y debían estar separadas y Cristo mismo jamás mezcló las cosas del Cesar con las de Dios. Pero en este país la iglesia se apodera de algo que es obviamente del estado como si nada.
Algún día el estado dominicano reclamará su patrimonio para conmemorar efemérides importantes de su historia. Entonces ¿donde irá a parar el museo de la catedral?.
Ese museo debe ser instalado en una propiedad de la iglesia, destinada a ese propósito, desde ahora.
Figura sugerida
Foto del Palacio de Borgellá anexa

domingo, 13 de junio de 2010

carta de Americo Lugo a Trujillo

Ciudad Trujillo, Distrito de Santo Domingo,
13 de Febrero de 1936
Generalísimo
Rafael L. Trujillo.
Presidente de la República.
CIUDAD
Honorable Presidente:
En el discurso pronunciado por Ud. el 26 de Enero último al inaugurar el acueducto y el mercado de Esperanza, hace Ud. una afirmación que no puedo dejar pasar por alto, relativa al encargo que, a iniciativa de Ud. me fué propuesto por el gobierno dominicano y que, aceptado por mí, dió ocasión al contrato celebrado entre éste y yo en fecha 18 de julio de 1935, y en virtud del cual me he comprometido a escribir una nueva Historia de la Isla de Santo Domingo. Dicha afirmación es la siguiente: "Que Ud. me ha confiado el encargo de escribir, en calidad de Historiador Oficial, la historia del pasado y del presente".
Me veo en la necesidad de ocupar su elevada atención para manifestarle que no me considero historiador oficial ni obligado a escribir la historia de lo presente. No me considero historiador oficial, porque mi convenio excluye por naturaleza de toda idea de subordinación y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia. No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa. Tampoco me considero historiador del presente, porque, por el contrario, la cláusula primera de mi contrato con el Gobierno Dominicano excluye de manera expresa el escribir la historia del presente. Dicha cláusula dice así: "El doctor Américo Lugo se obliga frente al Gobierno Dominicano a escribir una obra intitulada Historia de la Isla de Santo Domingo, que constará de cuatro volúmenes en octavo, de cuatrocientas páginas, más o menos, cada volumen; la cual comprenderá el período comprendido entre los años 1492 a 1899, o sea desde el descubrimiento de la isla basta la última administración del Presidente Ulises Heureaux inclusive. A partir de esa fecha, el Dr. Lugo se obliga a hacer en su obra un recuento histórico de las demás administraciones". "Recuento" significa: Enurneración, inventario". En consecuencia, recuento histórico significa una enumeración de sucesos históricos; pero de ningún modo significa escribir la historia de dichos sucesos. Y un recuento es lo único a que me he obligado, a contar de 1899 o sea de la última administración del Presidente Heureaux. El título de historiador oficial carecía de sentido aplicado a un historiador del pasado. No podría referirse sino a la persona nombrada para escribir la historia de la administración actual; y la historia de la administración actual está excluida de mi Contrato, con el Gobierno Dominicano, como lo está la de todas las demás administraciones públicas posteriores al 26 de julio de 1899. Yo manifesté al enviado de Ud. que mi deseo era y había sido siempre no escribir historia sino hasta el año 1886 solamente. Se me arguyó que mi historia quedaría muy atrás para los estudiantes; y en obsequio de éstos convine en alargarla hasta 1899 y en hacer un recuento o enumeración de sucesos históricos a contar de esa fecha, pero nada más.
A Ud. no podía sorprenderle que yo me negase a traspasar en mi historia, los linderos del siglo XX. Ud. recordará que en Marzo de 1934 Ud. me ofreció una fuerte suma de dinero para que yo salvara mi casa, a cambio de que yo escribiera la Historia de la Década, lo cual era proponerme que fuese su historiador oficial; y Ud. recordará así mismo que preferí perder mi casa, como efectivamente la perdí, contestando a Ud. en carta de fecha 4 de abril de 1934 lo siguiente: "Yo podría ser, aunque humilde, historiador, pero no historiógrafo... Creo un error la resolución de escribir la historia de la última década. Lo acontecido durante ella está todavía demasiado palpitante. Los sucesos no son materia de la historia sino cuando son materia muerta. Lo presente ha menester ser depurado, y sólo el tiempo destila el licor de verdad dulce y útil para lo porvenir. Todo cuanto se escribe sobre lo actual o lo inmediatamente inactual, está fatalmente condenado a revisión.
La administración del general Vásquez y la de Ud. sólo podrán ser relatadas con imparcialidad en lo futuro. El juicio que uno merece de la posteridad no depende nunca de lo que digan sus contemporáneos; depende exclusivamente de uno mismo. Aparte de estas consideraciones decisivas, yo no podría escribir ese trozo de historia por dos razones: la primera, mi falta de salud; la segunda, mi falta de recursos. Recibir dinero por escribirla en mis presentes condiciones, tendría el aire de vender mi pluma, y ésta no tiene precio".
No cabe en lo posible que quién escribió a Ud. lo que precede, acepte, ahora ni nunca, el cargo de Historiador Oficial. Aunque Ud. hubiera de alcanzar y merecer todo lo que se propone y dice en su discurso, de lo cual yo me alegraría por el bien que reportaría el país, yo no sería su historiógrafo. No puedo serlo de nadie. Un historiógrafo o historiador oficial huele a palaciego y cortesano, y yo soy la antítesis de todo eso. No soy ni puedo ser sino un humilde historiador de lo pasado, y sólo como tal me he obligado con el Gobierno. Un historiador oficial es un historiógrafo, y la diferencia que hay entre simple historiador e historiógrafo ha sido magistralmente expuesta por Voltaire en su "Diccionario Filosófico", vocablo "Historiografía", en donde dice: "Este título es muy distinto del título de historiador. Se llama historiógrafo en Francia al hombre de letras que está pensionado. Es muy difícil que el historiógrafo de un príncipe no sea embustero, el de una república adula menos, pero no dice todas las verdades. En China los historiógrafos están encargados de coleccionar todos los títulos originales referentes a una dinastía... Cada soberano escoge su historiógrafo. Luis XIV nombró para este cargo a Pellisson. . . "
También se debe a mi exclusiva iniciativa la cláusula séptima del referido contrato del 18 de julio de 1935, cláusula que se refiere a la cesión de 5.000 ejemplares al Gobierno Dominicano. Esta no me exigió nada; pero yo no hubiera aceptado su oferta de escribir una historia sino a condición de ofrecer, a mi vez, la manera de reembolsar ampliamente la cantidad de dinero que costase escribirla y editarla. Es mi firme voluntad, sean cuales fueren las condiciones en que yo escriba mi Historia; poner desinteresadamente mi obra, por algún tiempo, a disposición del Estado.
He aceptado escribir una nueva historia de Santo Domingo a pesar de mi poca idoneidad por la razón capital expresada en 1932, en mi introducción al curso oral sobre historia colonial, cuando digo: "El efecto más doloroso para nosotros de la decadencia de la isla ha sido que, desde entonces, la historia de ésta quedó enterrada en los archivos coloniales; y allí está y estará hasta que la rescate de la noción que la conciencia nacional va creando de sí misma y tan poco a poco como lo requiere el hecho de que la formación de la conciencia nacional depende del conocimiento de la historia patria". Cuando Ud. me propuso escribirla, envió a decirme que Ud. consideraba que prestaría un servicio eminente a las generaciones futuras aportando su concurso para que yo la escribiera, y yo acepté, por mi parte, el escribirla, con el único pero elevado propósito de contribuir, siquiera modestamente, a la formación de la conciencia nacional, que todavía no existe pero acepté teniendo cuidado en evitar, como se vé en las cláusulas primeras y séptima de mi contrato, que nadie pueda erróneamente figurarse que pertenezco a la farándula que sigue a Ud. como sigue a todos los potentados de la tierra, tratando de medrar a cambio de lisonjas.
Creo que, en honor a la verdad, si Ud. hubiera podido tener a mano y compulsar el contrato que he celebrado con el Gobierno Dominicano, no se habría expresado en la forma en que lo hizo, atribuyéndome un cargo que no tengo y una obligación que no me corresponde. Creo también que aunque Ud. me haya tratado muy poco, me conoce lo bastante, como me conoce todo el país, para saber que yo no me puedo consentir en verme uncido a ningún carro triunfal. La virtud y la ambición son en principio incompatibles. Los vencedores no tienen entrada franca en mi cristianizado espíritu. Los que la tienen son los pobres y los humildes. "Los humildes serán ensalzados y de los pobres es el reino de los cielos", dice el Evangelio. En cuanto a los grandes triunfadores, éstos pertenecen a la historia: ella se los entrega a la posteridad, y la posteridad ha de juzgarlos. No se puede formar Juicio histórico contemporáneo sin violar la jurisdicción de ese tribunal misterioso y supremo.
Yo no tengo "una mentalidad erudita". Sólo tengo ideas claras y rectitud de corazón. No he estudiado nunca por la simple curiosidad de saber, sino, conforme a Aristóteles, para ser bueno y obrar bien. En este sentido creo que la lectura de la historia es una suprema lección de moral. Es injustificado el desdén hacia la historia del pasado. No hay pasado obscuro. La obscuridad sólo está en nosotros. Es del pasado de donde viene siempre la luz con que vemos hoy con el espíritu las cosas, sencillamente porque no puede venir del porvenir. El porvenir sería tan obscuro como la muerte, si no fuera porque la luz de lo pasado es tan potente que permite prever ciertos acontecimientos de un futuro próximo. Y la ciencia difícil del mando es la eminencia sobre la cual la historia proyecta con más claridad la luz. Aunque la marcha de la humanidad sea progresiva, el hombre de Estado debe abismarse en la contemplación de lo pasado, porque éste es raíz, tronco y savia de los frutos del presente, sin los cuales éste se marchitaría y se secaría como rama arrancada del árbol.
Antes de elaborar sucesos históricos es indispensable estudiar los sucesos realizados por las generaciones anteriores. Ellos son la experiencia de la vida; ellos suministran las reglas y modelos. Y de modo singular necesita el político el conocimiento del pasado de su pueblo, porque ese pasado es la cantera de los materiales apropiados para la fábrica de una obra política verdaderamente nacional. La índole de un pueblo no puede estudiarse sólo en su generación viviente. En política ninguna solución es fácil; ningún error es teórico. Las disposiciones legislativas de un pueblo, aunque sean científicas; son perturbadoras cuando no respondan a sus necesidades, a su situación, opiniones y creencias. Lo que se llama reconstrucción nacional debe hacerse de acuerdo con lo pasado: la reconstrucción contra el pasado es pura ideología; es lo mismo que si para reparar un edificio, se prescindiese de él.
Los más grandes, guiadores de sociedades y de ejércitos han medido sus pasos por la lección de la historia y acuñado sus hazañas en este acerado y finísimo troquel. Los mejores reyes y capitanes de Grecia y Roma y del mundo se criaron y formaron en el regazo de la historia, y aún algunos magistralmente la escribieron. La almohada de Alejandro era la Iliada junto con su espada; César puso al lado de la suya sus admirables Comentarios; y Napoleón, en sus reflexiones sobre la campaña del Magno Macedonio, nos revela su atento y profundo estudio de lo pasado. El rey Alfonso el Sabio, el hombre más culto del siglo XIII, escribió la Historia de España para enseñar al pueblo español sus orígenes; también escribió la del suyo el profeta Moisés, mientras lo guiaba a la tierra prometida; y Mahomet el Conquistador leía y fundaba escuelas mientras combatía. La excelsitud no se improvisa. Las grandes acciones exigen poderoso y cultivado entendimiento, y necesitan ser puestas, antes de ser realizadas con audacia, bajo el signo de la prudencia, virtud suprema del que manda y rige pueblos y que sólo se acendra en la lección atenta de la historia.
La actual generación dominicana es precisamente, en mi pobre concepto, la más desgraciada de cuantas han hollado con su planta el suelo de la isla sagrada de América.
Débese ésto a la Ocupación Americana, que fué escuela de cobardía y envilecimiento, debilidad y corrupción, y cuya acción depresiva y deletérea destruyó la energía del carácter, la seriedad de la palabra, la vergüenza en el obrar, dejando, a la hora de la Desocupación, un pueblo muelle, despreocupado y descreído sobre esta tierra de acción y de fé, que fué almáciga de héroes desde los primeros tiempos del descubrimiento del Nuevo Mundo y que dió a éste, en el siglo XIX, un príncipe de la libertad en Francisco del Rosario Sánchez. Los poderes públicos deben estimular en nuestra juventud el florecimiento de aquellas energías de que dieron alta prueba Meriño frente a Santana, Luperón frente a España, Emiliano Tejera frente a Báez, Luis Tejera frente a la tentativa filibustera de 1905, y, frente al desembarco de los norteamericanos en San Pedro de Macorís, Gregorio Urbano Gilbert. Es menester buscar al historiador dominicano que más se asemeje a Tucídides, para que evoque en toda su épica belleza el proceso glorioso de esta república nuestra durante la Anexión y riegue con la corriente y declaración de los sucesos antiguos los modernos, a fin de vigorizar la debilitada cepa del presente.
Mi creencia, cada vez más arraigada, de que el pueblo dominicano no constituye nación, me ha vedado en absoluto ser político militante. No he sido, dentro de los términos de mi país, ni siquiera alcalde pedáneo. En una serie de artículos publicados en 1899 y reproducidos luego en "A Punto Largo", he escrito lo siguiente: "Gobernar es Amar". "Son, a mi ver, más compulsivos para el político que para el sacerdote los deberes de humanidad, dulzura, piedad y tolerancia, porque lo más grave de la ley es como afirma San Mateo. el juicio, la misericordia y la fé. Para mí la cuestión no es dispensar el bien y el mal como las divinidades antiguas, sino hacer el bien; es no adoptar resoluciones que no estén cimentadas en la rectitud del corazón, es dar al pueblo toda su personalidad enérgica y viril, fortificando diariamente su espíritu en el rudo ejercicio de la libertad, que es el único que produce los caracteres enérgicos que forman las naciones y mantienen independiente al estado de toda dominación extranjera; es proporcionar, no la educación meramente intelectual que sólo sirve para aumentar las filas de los peores auxiliares del poder, sino la que fecundiza, extiende y vivifica la libertad jurídica, hasta el punto de producir la libertad política, que es la verdadera libertad; es poner fuera. de todo alcance los derechos del ciudadano y reducir al mínimum necesario los de los poderes públicos, es finalmente, consagrarse al bien público con perfecto desinterés material e inmaterial, amar la pobreza y practicarla, despreciar el aplauso en absoluto, adoptar sólo los medios que justifiquen la nobleza de los fines y acuñar la paz en las palabras, en las medallas, en los actos y en las almas.
Suplico a Ud. dispensarme por haberle distraído de sus importantes ocupaciones, y espero que Ud. no tendrá inconveniente en reconocer, como es de estricta verdad y justicia, que no estoy encargado de escribir la historia del presente, sino la del pasado hasta el 26 de Julio de 1899, y que lo único a que estoy obligado, respecto del presente es a hacer una enumeración de los sucesos históricos a contar de 1899, todo de conformidad a mi contrato con el Gobierno Dominicano, de fecha 18 de julio de 1935; y que es conforme a este criterio que debo continuar escribiendo la Historia de la Isla de Santo Domingo.
Soy de Ud. Honorable Presidente, con sentimientos de la consideración más distinguida.
AMERICO LUGO

Americo Lugo (1870-1952)

Colaboración para La Información AYER Y HOY
articulosdeopinion2004@yahoo.com AMERICO LUGO (1870-1952)
Julio M. Rodriguez Grullón

La notable excepción entre los intelectuales de inicios de los 1930, que no abandonó el país y que no se sometió a Trujillo, fue Américo Lugo.
Nació y se educó en Santo Domingo, pasó por las manos de Hostos, se graduó de abogado en el Instituto Profesional que dirigía el Arzobispo Meriño y en 1901 publicó su primer trabajo literario titulado “A punto largo”. Lugo escribió otros ensayos, obras de teatro, poesías y cuentos.
Debido a que los norteamericanos no encontraron ningún político dominicano en 1916, que aceptara gobernar apoyado en sus bayonetas, siguiendo el ejemplo del Presidente Jimenes, que contrario a lo que ocurría en Haití y Nicaragua, renunció y no aceptó la “defensa” que contra Desiderio Arias simulaban hacer los yanquis, estos tuvieron que nombrar un gobernador militar y eso hacía la causa dominicana fácil de defender en los foros internacionales. La voz que tronaba en esos conclaves defendiendo la dominicanidad ultrajada, era la de Américo Lugo.
Este, a la cabeza de la Unión Nacional Dominicana (UND), llevó a cabo una efectiva campaña diplomática internacional, por la terminación de la intervención y por eso la nuestra fue la mas corta de las de la política del garrote y el dólar de los americanos (1902-1934)
La UND proclamaba “la evacuación pura y simple” de las tropas americanas del país, algo similar a lo ocurrido en 1865, al terminar la anexión a España, cuando no fueron reconocidos ninguno de los actos oficiales efectuados durante ese período (1861-65).
Por eso Lugo y la UND se opusieron al Tratado Hughes-Peynado que terrminó la intervención y al gobierno de Horacio Vásquez que reactivó la Convención dominico-americana de 1907, que mantuvo las aduanas en manos de Washington. La UND se debilitó y terminó por desaparecer, al abandonar sus filas Estrella Ureña, Balaguer y otros, que se pasaron al gobierno de Horacio Vásquez y luego al trujillismo.
Sin embargo, Lugo se mantuvo firme en sus principios y no podía tolerar a un producto salido del Constabulary de la intervención. Pero el dictador, en su afán de rodearse de gente honorable, no cesaba de presionarlo, para que ingresara a su equipo de intelectuales.
La tirantez entre Trujillo y Lugo, terminó en ruptura, a inicios de 1936, cuando Trujillo acusó a Lugo de haber incumplido un contrato, acordado entre el y el gobierno dominicano, para que el intelectual escribiera una historia de la Isla de Santo Domingo.
Lugo dirigió una carta al tirano, que es una antología y debe ser conocida por todos, como constancia que en todas las épocas han existido en este país, personas valientes, íntegras, que actúan de acuerdo a sus convicciones y que saben enfrentar la adversidad que esto les acarrea.
Lugo cayó en desgracia y vivió el resto de sus días aislado, pobre y con el sobresalto de que podría ser víctima en cualquier momento, de un atentado contra su vida. Aun así, rechazó todas las ofertas que posteriormente le hizo Trujillo.

Figura sugerida
Foto de Américo Lugo anexa
Tambien anexo la famosa carta, que quizás el periódico pudiera publicar in extenso, como un acto de respeto, a la memoria de Américo Lugo

domingo, 6 de junio de 2010

La dicotomía entre los seguidores de Trujillo

LA DICOTOMIA ENTRE LOS COLABORADORES DE TRUJILLO

En 1936, cuando Trujillo nacionalizó la policía municipal, puede decirse que tomó el control absoluto de la Republica Dominicana. El censo realizado el año anterior, por el Partido Dominicano, le dijo todo lo que existía en el país y el partido mismo le informaba de todo lo que ocurría en el mas apartado rincón de la Republica. El nombre de Ciudad Trujillo que recibió la capital ese año, fue la señal objetiva de lo que ocurría.
Ahora bien, Trujillo había alcanzado esa posición a base de crímenes y la mantendría por dos décadas y media mas de la misma forma. El también estaba imbuido de un espíritu patriótico de hacer avanzar el país, al tiempo que aumentaba su riqueza, confundiendo sus intereses privados con los estatales.
El terror difuso que impuso, le permitió construir obras públicas a un costo inferior al de los tiempos de Horacio Vásquez, pues nadie se atrevía a sobrevalorar proyectos o a utilizar materiales de construcción inferiores en calidad a lo establecido en ellos. Esta realidad de las obras construidas durante su Era, ha persistido en la mentalidad popular hasta el dia de hoy, que el pueblo reconoce, que las obras levantadas durante esos años, carecen de vicios de construcción y les sorprende ver como resisten el paso del tiempo.
Pero todo régimen, para sostenerse, necesita de intelectuales que colaboren y justifiquen la situación imperante y en el caso de Trujillo, que continuamente fomentaran el culto a su personalidad, por lo que surgieron entre sus adláteres, dos categorías de personajes:
a) Por un lado estaban los criminales, amparados muchos de ellos en su investidura mili-tar, que ejecutaban “el trabajo sucio“ del régimen y
b) Del otro lado estaban los intelectuales, que llevaban a cabo su labor, a sabiendas de lo que hacían los colaboradores del grupo a.
Es este grupo b, el que nos obliga a reflexionar, 49 años después de la muerte del tirano, porque se mantuvieron tanto tiempo al lado del dictador.
La mayoría de los intelectuales de esos días se plegaron ante Trujillo.
Apenas Juan Bosch y Juan Isidro Jimenes Grullón partieron al exilio y lo combatieron con su pluma desde allí. Pedro Henriquez Ureña abandonó el país, pero no realizó labor intelectual antitrujillista. Los demás, encabezados por Rafael Vidal, Joaquín Balaguer, Manuel A. Peña Batle, Virgilio Diaz Ordoñez, Manuel de Js Troncoso y Ramón Emilio Jimenez, permanecieron en el país, soportando con frecuencia caer en desgracia y las vejaciones que ello acarreaba.
La notable excepción en este grupo fue Américo Lugo, a quien nos referiremos en nuestra próxima entrega.
Trujillo recompensaba bien a sus intelectuales, quienes facilmente olvidaban, como la gran mayoría de los políticos, que el fin no justifica los medios.
Concluyo diciendo, que pienso este grupo de intelectuales, debió considerar a Trujillo como un mal necesario, producto de los tiempos, al que había que plegarse y tratar de que su tiranía dejara algo positivo para el pueblo.